La isla del tesoro (Trad. Jordi Beltrán) by Robert Louis Stevenson

La isla del tesoro (Trad. Jordi Beltrán) by Robert Louis Stevenson

autor:Robert Louis Stevenson
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Aventuras
publicado: 1881-01-01T00:00:00+00:00


XX

La embajada de Silver

Efectivamente, había dos hombres a pocos pasos de la empalizada, uno de ellos agitando una tela blanca; el otro, que era nada menos que Silver en persona, permanecía plácidamente al lado de su compañero.

Era todavía muy temprano, así como la mañana más fría que recuerdo haber visto. El frío penetraba hasta la médula de los huesos. Sobre nuestras cabezas, el cielo estaba despejado, sin una nube, y las copas de los árboles desprendían un brillo rosáceo bajo el sol. Pero en el lugar donde se hallaban Silver y su lugarteniente reinaba aún la oscuridad, y los dos hombres caminaban en medio de una neblina blanca y baja que les llegaba hasta las rodillas y que durante la noche había surgido del pantano. Entre la neblina y el frío, la idea que uno podía hacerse de la isla no era muy favorable que digamos. Resultaba evidente que se trataba de un lugar húmedo, infestado de fiebre e insano.

—Que no salga nadie, muchachos —dijo el capitán—, que nadie se mueva. Apuesto diez contra uno a que se trata de una trampa.

Seguidamente llamó al bucanero.

—¿Quién va? Quietos o disparamos.

—Bandera de tregua —contestó Silver.

El capitán estaba en el porche, protegiéndose prudentemente de cualquier disparo traicionero que contra él pudieran hacer los emisarios. Se volvió y nos dijo:

—La guardia del doctor que tenga el ojo atento. Doctor Livesey, vigile el lado norte, si me hace el favor; Jim, tú al este; Gray, al oeste. ¡Eh, la guardia de abajo! ¡Cargad vuestros mosquetes! ¡Vivo, muchachos, y mucho ojo!

Y a continuación se dirigió de nuevo a los amotinados.

—¿Y qué es lo que queréis con esa bandera de tregua? —les preguntó.

Esta vez fue el otro hombre el que replicó.

—El capitán Silver, señor, desea subir a bordo y entablar negociaciones —dijo a voz en grito.

—¿El capitán Silver? No le conozco. ¿Quién es? —respondió nuestro capitán, añadiendo seguidamente para sí—: ¿Conque capitán, eh? ¡Vaya, vaya, a eso lo llamo yo ascender!

John el Largo le contestó en persona.

—Soy yo, señor. Estos pobres muchachos me han elegido capitán, después de la deserción de usted, señor —dijo, poniendo especial énfasis en la palabra «deserción»—. Estamos deseosos de someternos, si podemos llegar a un acuerdo. Téngalo por seguro. Todo lo que le pido es su palabra, capitán Smollett, de que me permitirá entrar sin peligro en la empalizada, y de que luego me concederá un minuto para salir antes de hacer fuego.

—Muchacho —dijo el capitán Smollett—, no siento el menor deseo de hablar contigo. Si quieres hablar conmigo, puedes venir; eso es todo. Si hay alguna traición, será por vuestra parte, ¡y que el Señor os proteja!

—Con eso me basta, capitán —contestó John el Largo alegremente—. Una palabra suya es suficiente para mí. Sé cuándo trato con un caballero, puede estar seguro de ello.

Pudimos ver cómo el hombre que portaba la bandera de tregua trataba de impedir que Silver avanzara. No resultaba raro, viendo cuán caballeresca había sido la contestación del capitán. Pero Silver soltó una risotada burlona y descargó unas palmadas en la espalda de su compañero, como indicándole lo absurda que resultaba su alarma.



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